Artline 70

Mes de Enero de 1997, cumplía 12 años. Ese verano una de las 7 hermanas de mi padre me invitó a Santiago de Chile a pasar una semana en su casa junto a mis primas. Era la primera vez que mamá me dejaba salir sólo fuera de la ciudad además por tantos días. Jamás esperé que un aburrido paseo familiar cambiaría mi manera de ver el mundo.

Cuando se escondía el sol y pasaba el calor, salíamos a la calle a corretear un poco. Fue ahí donde me reuní por primera vez en la esquina de un angosto pasaje del barrio a hacer beatbox con un grupo de chicos de Peñaflor. Esa misma noche tuve en mis manos el primer Jumbo Pilot que vi en mi vida. En aquel instante al sentir las dimensiones y el peso del marcador entre mis dedos, una especie de fuego color azul intenso se ha encendido en mi panza, no sé como explicarlo de otra forma, cierro los ojos y veo un fuego, un fuego azul. Hip-hop, raps, no supe como llamarle. Sólo sé que su calor es infinito y sigue encendido con la misma intensidad que iluminó mi primera noche de verano en una esquina del oscuro Santiago de Chile.

Aquella particular semana pasó muy rápido. El siguiente día Lunes tuve que regresar a mi pueblo del sur de Chile a comer la comida de mamá, hacer mi cama y salir a trabajar con mi padre. Recuerdo que a mi regreso lo primero que hice fue recorrer todas las librerías de la ciudad en busca de mi propio Jumbo Pilot, pero en mi pueblo ese tipo de herramienta no existía. El único marcador de tinta permanente que encontré fue un Artline 70 High Performance de Shachiata, en color rojo. Se podría decir que ese fue mi primer marcador. Éste objeto significa tanto para mí que a mis 38 años de vida sigo conservándolo.

Después de aquel verano mis pies seguían en la tierra, pero mi mente no pudo nunca más bajar del cosmos; al pasear por la ciudad imaginaba mi nombre escrito en las paredes, en los buses, en alturas o en cualquier parte. Pero Juan no molaba en ese entonces. Me hacía falta un álias. Un buen álias. Yakuza era el título de una canción de mi banda de funk favorita, que narra la historia surrealiasta de un mosquito que lucha contra el mal y nunca siente miedo. Yo quería luchar contra el mal, mi amor por la vida era tan grande como el que llevo ahora mismo en el pecho, con la diferencia que a esa edad a éste amor lo protegía la plateada inocencia de un niño, esa que cubre la frágil ilusión de la más cruda realidad.

Con el pasar de los años el niño creció enamorado del graffiti y Yakuza se convirtió una leyenda urbana. Antes de Yakuza el graffiti practicamente no existía en la ciudad de Talca y tan sólo en un par de años el centro y la periféria de la región del Maule estaba repleta de tags con todo tipo te técnicas de rotulado. Las librerías de la ciudad nunca importaron material dedicado al graffiti, lo que me empujaba con mucha fuerza a crear las herramientas por cuenta propia. No había internet, ni revistas, ni documentales, sólo la imaginación, pasión (fuego azul) y la valiosa diciplina que aprendí durante décadas de la mano de mi maestro Marcos Antonio.